El dramaturgo español Carlos Muñiz reinterpreta en esta obra la figura histórica de Don Carlos, hijo de Felipe II, transformándola en una tragicomedia que mezcla lo grotesco con lo trágico. La pieza cuestiona la rigidez del poder, el autoritarismo y la locura como metáfora de un país sometido a tensiones entre obediencia y rebeldía. Estrenada en un contexto de censura y dictadura, la obra se erige en un ejemplo del teatro español crítico de la segunda mitad del siglo XX, donde la historia se convierte en espejo del presente.